La dignidad que da la actitud (Segunda parte)
(...)
Dalisay limpia casas y cocina, trabaja sólo para
extranjeros y dice que es freelance -como yo, digo en mi mente-. Ella no es
ilegal porque tiene patrocinadores libaneses, ha hecho su vida trabajando en
casas ajenas, mandando remesas a su mamá e hija en Filipinas. Ya es abuela, su
hija con quien no vive desde que tenía tres años ya es casada y tiene un hijo
de tres -tres tres, las vidas pasan, pero el número queda estampado en la vida
como un sello-.
Altamente calificada y
trabajando establemente, la hija es el orgullo de Dalisay . Ella le ha enseñado
que la vida no es fácil pero que el trabajo arduo paga -en esta o en otra
generación-.
Dalisay tiene la
seguridad en sí misma que les falta a sus colegas. Tal vez porque ella vino al
país y dio con buena gente que la trató siempre con dignidad. Otras, sufren
explotación desde el principio y abusos que hacen desaparecer cualquier asomo
de confianza en sí y en el mundo entero. Además, es extrovertida. Puede ser que
al estar en una posición fuerte -es legal y tiene apoyo de la familia libanesa
ahora en el exterior-, ella sepa reconocer mejor sus derechos. Además, que
sumado a su personalidad sean detonantes para el éxito, o al menos, para no detonar
la chispa de la desesperación y extinción.
Todo está en la
actitud. El poder está en la actitud. No mostrar miedo ni inseguridad.
Entonces, todo está en demostrar -aunque uno por dentro no lo sienta- porque
así lo perciben a uno y le dan su puesto.
Ella se viste bien, se
pinta el pelo y junto a su maquillaje y uñas son inmaculados. Cuando me conoció
me dijo que tenía amigos colombianos. Yo pensando en colegas de su trabajo, le
pregunté por sus actividades y me dijo con tanta convicción que Pedro Pérez, a
quien ya le ha hablado de mí, trabaja en Unicef y que va a hacer algo en su
casa para presentarnos.
Ella le pone nivel a
su trabajo, no sólo lo dignifica, sino que lo pone a la altura. Sí, limpio
casas y lo hago súper bien. Y no sólo eso, cocino porque me encanta cocinar.
Por esto, mi trabajo vale tanta plata por hora. Me lo merezco. Es lo justo. Yo
ofrezco un servicio y espero remuneración. Es lo justo. Me lo me-rez-co.
Tener esa actitud es
entrar pisando duro. Dalisay llega y pone su cartera de cuero con broches
dorados sobre la lavadora. En el baño hay una bolsita para el maquillaje. Ella
se siente bien y lo transmite.
Comparo -aunque sé que
las comparaciones son odiosas-, otras empleadas domésticas que conozco o he
visto que no miran a los ojos a los demás, caminan con la cabeza gacha, son
retraídas, perezosas y, respiran y expiran miedo, tristeza, rabia. Resignación
de una vida sin salida.
Las veo a menudo
caminando por los centros comerciales con las familias empleadoras. Mamá a la
última moda, pelo con blower recién hecho, joyas, zapatos costosos y cargando
cirugías plásticas en tetas y nariz, otras en cola, y unos labios inflamados
por el Botox. Niñera atrás cargando niños o bebés. Llevando a cuestas su
situación sin ningún sentido de heroísmo. Dejándose llevar por su vida sin más
ganas de luchar contra una corriente que es dramáticamente más fuerte que ella.
Esto se ve sobre todo
en Down town, el sitio más caro de Beirut -fue destruido durante la guerra de
los 70s y 80s y totalmente reconstruido hace pocos años. Allí, familias amigas
van a pasar un rato, comer algo, ver una peli juntas. Todo con la nanny. Niñera
y niños se sientan en una mesa, papás en otra. El tiempo de pasar tiempo en
familia es un eufemismo.
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Dalisay es un gran ejemplo para las mujeres, quien demuestra que el trabajo no es deshonra y esa actitud es muy gratificante, no se deben sentir "por debajeadas", por que arreglan casas, o cocinan, no, regio que sientan amor por lo que hacen y puedan demostrarlo.
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