Service (Parte 2)


En Beirut es fácil moverse en taxi. Hay tres formas de este transporte. El típico taxi que sirve para un cliente y va de puerta a puerta. El otro es Uber, la aplicación que es legal en Líbano y muchas veces es más barato que un taxi corriente. El tercero es el service. Su tarifa es de 2.000 libras libanesas (1,3usd) y uno puede ir tan lejos de la ciudad como quiera el taxista. En el camino se van recogiendo y dejando pasajeros de acuerdo a sus lugares de destino. 

Así fue como fui a Hamra, uno de los barrios más tradicionales y con un marcado toque musulmán. Levanté la mano y paró un service viejo y al preguntar mi destino accedió a llevarme. Atrás iba una señora, yo me hice adelante. El señor no hablaba nada de inglés y menos de francés, solo árabe.

Ok, ma mushkila (no hay problema), yo feliz de practicar mi árabe. Entre señales y traducciones de la otra pasajera me dijo que primero íbamos a otro barrio y que si iba a pagar 8,000.

Le dije, noooo, service 2,000. Iba a contradecirme cuando tajantemente le dije que parara para bajarme. Entonces, él soltó una carcajada franca con voz ronca de fumador y me mostró sin querer queriendo el interior de su boca: pocos dientes y estos negros. Ma mushkila, yala (vámonos)! y seguimos.

En el camino me mostraba cosas y las decía en árabe. Yo las repetía como una niña y asociaba otras que ya me sabía y él encantado se reía. Mientras tanto, él fumaba un cigarrillo tras otro, pegándome el humo en la cara. Cambiaba de carril y viraba el timón al ocurrírsele un atajo o una mejor vía; no miraba los espejos y aceleraba cuando había oportunidad de adelantar, aunque a pocos metros tuviera que frenar en seco. Sin mucha paciencia pitaba afanado al carro de adelante y no dejaba entrar a nadie en su vía. Era querido y amable con los pasajeros adentro. 

Una de las cosas que me llama la atención en Líbano es lo cariñosa que es la gente. Hombres y mujeres por igual se saludan de beso, se llaman los unos a los otros habibi (Mi amor).

Vi algo que me sorprendió. En el carro de al lado en un semáforo, un hombre en sus 40s le preguntó a nuestro chofer por una dirección a lo que éste respondió con la amabilidad corriente de este lado del mundo. Intercambiaron preguntas y respuestas, señales, volteadas de cabeza y al final cuando se entendió el camino, el hombre dio las gracias y le soltó un beso. Un beso. Be-so. B-e-s-o.

No era ni siquiera alguien cercano, era un desconocido, un taxista, un NN. ¡Wow!

-Vamos a la iglesia en Hamra, le dije en inglés. -¿Hm? No inglés. Un momento, dijo y paró el carro en la mitad de la vía causando trancón mientras le preguntaba a una mujer que si hablaba inglés. Sí, por supuesto. -dónde quieres ir, me preguntó. A la iglesia en Hamra. -Esto es Hamra, no conozco ninguna iglesia. Para entonces, los carros atrás pitaban insistentemente.

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