Las calles de Beirut (parte 2)


Y eso fue una parte de lo que he visto, que no me dejó satisfecha. Así que una de estas tardes me fui al centro, downtown Beirut, para ver con mis propios ojos como es lo de las manifestaciones aquí.

Camino sola con los ojos bien abiertos y el celular listo para tomar una foto o grabar un video. Me veo físicamente igual a los libaneses: piel trigueña, pelo y ojos oscuros. Parezco una más y lo aprovecho. Me encanta mimetizarme en las calles. Soy extranjera, pero nadie lo sabe si no hablo. Todos me hablan en francés o árabe creyendo que soy libanesa, sólo cuando pregunto ¿sorry? La gente pareciera cortarse y volver a la realidad de que no soy local.

Me muevo con la libertad de los locales y la seguridad en sí misma que da vivir en un sitio y saber sus códigos culturales. No digo que los conozco todos, pero sí he venido aprendiéndolos en estos tres años.

Como sea, veo aproximarse a una mujer joven con una bandera de Líbano gigante. Pasa al lado mío. Y sigue su marcha.  

Llego al centro, a la plaza Mártires, icónica e histórica plaza hecha en 1931 para conmemorar los mártires ejecutados durante el imperio otomano. En los 50s se volvió un lugar de moda con cines y cafés. Ya durante la guerra civil (1975-1990) fue la línea que dividió la ciudad.   

Aquí quedan una al lado de la otra la mezquita y la catedral. Camino sin sentirme insegura. Hay gente circulando, en su mayoría jóvenes universitarios y de colegio. Se ven niños con sus padres. Uno que otro adulto. No se ven viejos. Sí gatos callejeros y ningún perro.

Hay bardas de seguridad, alambre de serpentina en edificios gubernamentales, puestos informales de venta de agua donde las botellas de medio litro se apeñuscan en platones grandes con hielo; islas de grupos de gente con música a alto nivel. Hay carpas de lona con sillas y mesas y conexiones de luz para computadores en el stand de co-working; un atrio con el letrero de “se necesitan voluntarios” en el de servicios varios; fotos impresas a color colgando de ganchos en el de venta de fotos; agua sacada de tanques enormes en el de agua potable; comedores, uno inclusive con un sofá y un hombre acostado sobre un tapete en el piso, en el stand de descanso supongo. Veo una carpa con límites claros de demarcación con materas y plantas que se ven han sido regadas frecuentemente.

Cerca del monumento de los mártires hay gente haciendo murales con frascos llenos de pintura. Esto me da la sensación de estar en un concierto de música. El ambiente es de fiesta y la logística muy bien planeada.

Sigo caminando y veo grafitis con palabras vulgares y otros artísticos en paredes que antes brillaban por su estado inmaculado, vitrinas con vidrios destrozados, persianas cerradas, o vacías como las de joyerías, almacenes como Chanel. Veo el negocio del exclusivo Patchi de chocolates saqueado.

Continúo mi camino sin sentirme observada ni perseguida ni insegura. Veo jóvenes otra vez, con un letrero de “Se dan abrazos gratis”, copiando seguro ideas de redes sociales de otros países, y veo gente que para para recibirlos.

Pronto la marcha empezará y es mejor que yo me vaya saliendo de su corazón, así que camino hacia la calle paralela y me voy alejando.

Más tarde supe que los jóvenes no están yendo a la universidad ni al colegio porque han estado cerrados, son los protagonistas de estas marchas. Se reúnen en el planzazo del día, marchan, protestan y luego salen a un restaurante o bar a terminarlo con broche de oro. Lellain me dice que los trabajadores están recibiendo tres partes de su trabajo porque no hay plata y que por esto, en el próximo sueldo se van a dar cuenta de la realidad. Estos jóvenes no saben la magnitud de lo que está pasando, dice ella con sus manos abiertas. Ya caerán en cuenta cuando no puedan pagar la cuenta.

Caminando y observando, las preguntas se amontonan en mi cabeza. ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Quién organiza este proceso? ¿Quién paga por esa logística? ¿Quién? Todavía no he encontrado la respuesta.

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