El barrio Beirut
Líbano ha tenido influencia de muchas culturas. Desde los
romanos, fenicios, turcos, árabes, franceses, hasta los armenios, palestinos y
sirios, todos han contribuido de alguna manera con esta nación que es,
definitivamente, multicultural.
Y bueno, mi barrio, me encanta ese sentido de pertenencia
que tengo a los sitios donde me he basado, tal vez por esa apropiación
(positiva) cuido el lugar, lo defiendo y hasta me duele cuando debo dejarlo.
Entonces, mi barrio tiene gran influencia francesa. La mayoría de los locales
habla francés y la cultura tiene ese toque exquisito.
En mi calle, la paralela de la manifestación, hay edificios
modernos y abandonados que aún conservan los disparos de la guerra y que en el
primer piso tiene abierto un local. Ese es el caso del edificio de la esquina
con la heladería en el primero. Un local de no más de 5 mt2 con dos
congeladores, un ayudante y el dueño, mayor de 70 años, que vende los mejores
helados de Beirut según mi amiga Ammal y que siempre ha estado ahí desde que
ella, en sus 60s, era chiquita.
El concepto -¿podrá llamarse concepto?- del hombre mayor
atendiendo su negocio es más común de lo que uno cree. En esta misma calle,
está el señor del almacén de fotografía que atiende puntualmente seis días a la
semana, también apoyado por un hombre joven, que deduzco puede ser su nieto.
Este almacén particularmente me produce mucha ternura. El
local tiene expuestos trabajos que ha hecho el negocio: Fotos, ampliaciones,
retablos, portarretratos, cuadros enmarcados en vidrio y todo lo relacionado
con fotografía. El detalle es que los protagonistas de cada foto son su propia
familia. Entonces uno ve, la que asumo será su esposa, en los años 70s cuando
era joven y salía en vestido de noche. Otra, él con alguien famoso y la foto
autografiada. Otra más, el retablo de su hijo durante su matrimonio. Y así, el señor
que llamaré Sr. Muzeé, expone con orgullo a su familia.
Una vez mandé a hacer una ampliación de una foto y el
asistente se equivocó con la medida y me dio una foto muy grande. Yo, la
rechacé porque no era lo que yo había pedido. El asistente me dijo en inglés,
que entonces me la daba al precio de la chiquita que yo había pedido. Accedí.
Cuando fui a pagarle al Sr. Muzeé, que no suelta la caja,
discutió con el asistente en francés y algo contrariado aceptó hacer un pequeño
descuento, pero no de la magnitud que el otro había dicho. Con el ánimo de no
pelear, entregué lo que el señor decía, aunque no me parecía muy justo. Eso me
demostró cómo el Sr. Muzeé sigue al frente de su negocio, con el que,
seguramente ha sacado a su familia adelante.
A todos les conviene que él siga con el negocio, que
probablemente no da ya muchas ganancias dado la modernidad de la tecnología y
la poca afluencia de clientes. Me imagino la dinámica en la casa: todos los
días el Sr. Muzeé se levanta temprano, se arregla, espera a que su esposa Sra.
Mamma le traiga el desayuno.
El sr. sale de su casa siempre a la misma hora y llega para
abrir el negocio. Se está por la mañana y al medio día en punto llega a la casa
a almorzar. Duerme una siesta y sale otra vez al negocio. A las 6 en punto
cierra y vuelve a ir a su casa. Esto lo ha hecho toda su vida y lo seguirá
haciendo hasta que pueda. Y para su familia, sus hijos y esposa, todavía puede
así que lo dejan. Es bueno que esté ocupado y fuera de la casa.
A una cuadra del almacén de fotografía está la farmacia
atendida especialmente por su dueño. Otro señor Muzeé. También es mayor de 75
años y uno lo ve con la misma rutina del de fotos. Con una diferencia: su
asistente es una mujer. Un día, esposo compró algo en la droguería y el otro
Sr. Muzeé estaba solo en el mostrador. Le pagó con un billete y esperaba las
vueltas. El otro Sr. Muzeé se veía tenso hasta que no aguantó más y le dijo a
esposo: Monsieur, ¿ud puede sacar por favor las vueltas de la caja
registradora? Es que no veo muy bien.
Esposo abrió la caja y sacó las vueltas dejando el sobrante
en monedas. La cerró. Cogió su producto y agradeció. Este otro sr. Muzeé tuvo
suerte de que mi esposo era quien era para hacer la compra. Si no, ¿quién sabe
qué hubiera pasado?
Otra historia: Cualquier otro señor Muzeé era quien atendía
el almacén de telas finas expuestas de forma ordenada en las repisas del local.
Yo lo veía cada mañana sentado en frente del mostrador esperando clientes que
no llegaban. En la mañana con su pelo todavía mojado y en la tarde ya cansado
en la silla en días calurosos cerca al ventilador, en días fríos con su
chaqueta de paño. Un buen día ya no lo vi más.
Ese es Beirut, esa es la ciudad que se ha ganado mi corazón
y nutrido mis historias en casi tres años que he venido constantemente. Una
ciudad perteneciente a un país complejo de entender pero que se deja querer
fácil. Gente amable, amigable, hospitalaria, espontánea y de buen humor llena
sus calles.
Un país al que llegué con cierto temor por su historia de
guerra y que me dio la oportunidad de conocerlo poco a poco con sus defectos y
virtudes, sus pasiones y desenfrenos, su hermosura y su fealdad. Un país seguro
para recorrer, con sitios recomendados para visitar como las grutas
espléndidas, los bosques de cedros, las reservas naturales, las callecitas de
cualquier barrio.
Nota: Muzeé es la pronunciación de la palabra en swahili Mze, que quiere decir señor mayor. A las mujeres mayores les dicen mamma
Que delicia de crónica, está tan bien escrita, que uno se mete en el relato y ve perfecta la situación que describes. Me encanta
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