Lo multi-culti de Frankfurt
Tengo un puesto privilegiado. Silla cómoda, acolchonada de un restaurante
bonito no tan lleno lo que me permite escribir sin culpas de demorarme. A mi
izquierda, almacenes de Cartier y Rolex, Bvlgari, Salvatore Ferragamo y un duty
free con más productos.
Los pisos relucientes parecen espejos, ya un empleado del
aeropuerto en su momento me hizo correr un poco para que pasara con la máquina
de limpiar pisos parecida a un carro con cepillos en la parte inferior. El señor
con uniforme de su talla estaba muy bien presentado, era formal, amable y
educado. En este momento, una señora pasa un trapero seco por el piso, ella usa
Adidas.
Si hablamos de generalizaciones, el aeropuerto de Frankfurt
es ordenado, bien señalizado, muy limpio, gigante. La amplitud en sus
corredores hace que los miles de viajeros que lo visitan al día caminen con
tranquilidad.
Hay gente de todo el mundo. Literal. Se oyen idiomas que no
se reconocen. Se ven vestimentas que no se relacionan con algún país. Se ve
gente de todas las edades, de todos los tamaños. Realmente hay gente muy alta
en este mundo (más de dos metros -hombres y mujeres) y muy baja (menos de 1.50
cm -hombres y mujeres), y muy blanca y muy negra, y con el pelo muy liso y muy
crespo. Y ve uno pilotos europeos y asiáticos o africanos, latinoamericanos,
norteamericanos, australianos y todos jalan su trolly caminando por corredores
públicos del aeropuerto.
Y uno ve tennis blancos con tight negros, hombres de pelo
corto, parejas cogidas de la mano, familias jóvenes lidiando con el berrinche
de los niños, solucionando los problemas del minuto, yendo a alguna parte.
Tanta diversidad y todos tenemos un objetivo en común:
viajar, ir de un destino y llegar a otro. ¿Cómo sentirnos diferentes de otros
cuando nos une lo mismo? No lo entiendo.
Veo familias, madres e hijas que podrían ser la mía y mí
caso.
Abro paréntesis: en este restaurante donde escribo lejos de
culpa por ocupar la mesa y confieso que apoyada en que no he terminado mi
bebida. El mesero con nombre griego se acerca y me dice “¿todo bien?”, le digo
que sí. Me vuelve a llenar la copa de vino blanco con lo que venía en la
jarrita de vidrio. Le digo “todo delicioso, pero el vino es demasiado grande”,
a lo que me responde con una sonrisa enorme y un subido de ceja: “one more?”.
Noooo, ya es suficiente. Cierro paréntesis.
Sigo mirando a mi alrededor, sigo oyendo a mi alrededor. Esa
madre con sus hijas se ve como yo hace unos años/ se ve como yo dentro de un
par de años. Los aeropuertos son los lugares perfectos para uno proyectar su
vida en otros. De verdad, sin importar la cultura sino solo por la condición de
ser ser humano.
Todos somos tan parecidos. No entiendo porqué nos matamos en
el mundo. Si esas diferencias son superficiales y lo que nos une es mucho más
profundo.
El de Frankfurt está dentro de los 10 aeropuertos más
grandes del mundo. Con todo y esto, no es fácil perderse. La señalización es
excelente y el camino lo va a uno llevando a su destino cuando sigue bien las instrucciones.
Hay baños cada tantos metros. Restaurantes elegantes o de comida rápida, y almacenes
variados están demarcados. De vez en cuando se ven policías con armas grandes
patrullando los corredores.
No se siente amenaza terrorista. No se siente inseguridad. No
hay que tener un ojo en la maleta para que no se la roben… en realidad tampoco
lo siento en Bogotá o en Panamá. Aclaro no lo siento, pero sí veo que hay
cámaras por todos lados, puertas inaccesibles para los pasajeros corrientes, espejos
en lugares estratégicos, el gran hermano nos observa.
Pronto seguiré mi recorrido. Voy rumbo a celebrar nuestro
aniversario en Beirut, ciudad que vive por estos días una crisis fuerte. Con disturbios
de manifestantes que han bloqueado la ciudad, la renuncia del primer ministro
Hariri, llego a una ciudad para celebrar el amor en medio del caos. Lo que todo
periodista sueña. Cubrir un conflicto.
Y bueno, para allá voy a celebrar el amor pero también para
escribir lo que vea, la otra historia que verán mis ojos, voy a cubrir el otro
amor que a simple vista no lo es tanto.
Nos vemos Beirut en pocas horas.
Pd: Justo cuando voy a postear esto, suena la canción I will survive y veo al administrador y a un mesero del restaurante moverse al ritmo de la música, casi que me dan ganas de acompañarlos en su alegría.
Bueno me fascinaron los artículos. Vas muy feliz y espero que de Beirut nos deleites conmas crónicas
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