La Corniche
Camino a la Corniche, el malecón en Beirut. Un pasaje
peatonal ancho y extenso de 4.8 kilómetros de largo. Busco una banca de
mosaicos para sentarme, la prefiero frente a la corriente de madera y espaldar
que se ve en cualquier parte. Escojo la de mosaicos porque es más bonita (Ok,
llámenme superficial) y además porque está en la sombra. Son las nueve de la
mañana y el clima es cálido.
Abro paréntesis: Hay 76 bancas, como la que escogí con las
cerámicas de colores, a lo largo de la Corniche desde 2001 cuando la artista
libanesa Lena Kelekian las hizo. Cierro paréntesis.
Frente a mí está el mar Mediterráneo y en el preciso momento
en que escribo esto pasa un buque lleno de contenedores. Detrás de mí, oigo la Avenida
de Francia congestionada y me hacen sombra unos edificios súper lujosos de más
de 15 pisos con vistas de un millón de dólares.
A mi lado tengo a un señor Muzeé*. Pantalón de paño kaki,
medias cafés, zapatos negros. Camisa muy bien planchada blanca de rayas
delgadas cafés y azules. Lee el periódico en árabe muy concentrado, siguiendo
con sus dedos la lectura.
He estado disimuladamente viéndolo de reojo para detallar su
ropa y describirla en mi cuaderno.
Pasa un niño de no más de cinco años en patineta cantando
duro y nos saca de nuestra concentración. Así que le veo la cara. Piel clara,
ojos claros, pelo gris todavía abundante considerando su edad. Tiene bigote
blanco y gafas de marco café.
Lo ignoro para que no crea que estoy pendiente de él y fijo mi
atención en la gente que pasa. Hay parejas (no necesariamente románticas) que
pasan hablando mientras corren; otras que corren juntas en silencio. Pasan personas
solas con audífonos y otras con el altoparlante de su celular con alto volumen.
La gran mayoría pasa vestida con ropa deportiva usada en occidente. Pasa gente
de todas las edades, enfermas (se ven cojeando o con parálisis en el brazo) y
saludables (con cuerpos esculturales pese a la edad).
Pasan mujeres con jiyab (la pañoleta que cubre el pelo en
las musulmanas) al lado de otras que usan ropa ajustada que muestra sus curvas.
Mujeres mayores vestidas con tights y top negros y jóvenes con tights y top negros,
y otras más mayores y jóvenes con cirugías plásticas demasiado evidentes.
En frente mío se instala un pescador que llegó en moto con
una caja de icopor y señuelos frescos. Lo veo armar su caña y dedicarse a pescar.
Corro la mirada a 50 metros y veo que han llegado muchos pescadores.
Es tan bonito Beirut, tan complejo de entender, pero tan
fácil de querer.
A este mar en frente mío le conté mis tribulaciones al dejar
la vida expat hace tres años. Ese miedo de la repatriación, esa incertidumbre
que produce llegar a un viejo destino que es ahora nuevo. Es difícil de
explicar porque parece que no tiene sentido. Una nueva vida que se abre en el
sitio de origen de uno, es más difícil que llegar a un nuevo destino.
Ese mar beirutí siempre me ha calmado y siempre me ha acogido
con su inmensidad. Su presencia constante me ha generado estabilidad.
Una señora me saca de mis pensamientos nostálgicos y me pide
plata. Diría que es una mujer siria refugiada. Le digo Lá (no en árabe) y
acerco mis manos al corazón, volteando la cabeza de un lado al otro,
entrecerrando los ojos.
Ella se retira de mí y le pide plata al señor Muzeé. Él levanta
lentamente su cabeza del periódico. La mira. Lentamente se mete la mano al
bolsillo derecho y saca unos billetes ordenados por denominación. Coge uno de
1.000 libras libanesas. No pronuncia una sola palabra y se lo entrega sin
mirarla a los ojos. Ella dice shukran (gracias en árabe) y se retira. Él baja su
cabeza y vuelve a sumergirse en el periódico.
Y la vida de la Corniche sigue. Pasa una señora con un
rosario en la mano, evidente para mí que reza el rosario. Pasa un señor con un masbaja
(pepas como un rosario que se usa para rezar) en el cuello, evidente para mí
que es musulmán. Esta es una sociedad muy diversa y es evidente para mí que es
respetuosa y convive bien con la diferencia.
Y esto se ha visto en las protestas. Todas las creencias
marchando unidas contra la corrupción, el secretismo bancario y las malas
condiciones de los servicios básicos. Todos libaneses. Unidos porque saben que
eso es lo que realmente importa.
* Nota: Muzeé es la pronunciación
de la palabra en swahili Mze, que quiere decir señor mayor. A las mujeres mayores
les dicen mamma
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